La primera vez, cuando la vi desfalleciente y debía llegar a las alturas.
La segunda vez, cuando la vi saltar ante un inválido.
La tercera vez, cuando le dieron a elegir entre lo arduo y lo fácil, y escogió lo fácil.
La cuarta vez, cuando cometió una falta y se consoló pensando que los demás también cometen faltas.
La quinta vez, cuando se abstuvo por debilidad y atribuyó su paciencia a la fortaleza.
La sexta vez, cuando despreció un rostro feo, sin saber que tal rostro era una de sus propias máscaras.
Y la séptima vez, cuando entonó un canto de alabanza y lo consideró una virtud.
Khalil Gibrán